Gerardo Diego

Reina del Pacífico

(Nocturno)

A José Díaz de Villegas

Nunca me cansaría de mirarte,
agua de oro, lámina de oro,
ondeante pendòn con flecos de oro
mojándose en el negro azul bahía.
El Reina del Pacífico
blanco en la noche (blanco al sol del tròpico,
negritas rosa y verde por las calles,
ron y jerez subiendo sus niveles
comunicantes
en tabernas de cinc y de castaño)
suavemente se duerme fondeado.
Su obra viva descansa de oleajes,
 
de malecones y de esclusas,
y deja que las luces de la fiesta
enjoyen entre músicas soñadas
el agua, el aire, el cielo.
Fidelidad de la memoria niña
abriendo el álbum con el oro músico
del erizo cilindro—urna traslúcida,
vals criollo, llavecita
de oro en terciopelo
granate para el tacto del oído—.
El mismo oro, sí, gira esta noche
batihojando, ondeando, desflecándose,
sucediéndose eterno y fabuloso,
y el tacto de mi oído goza ahora
sobre un fondo de oleaje efervescido
—ha rasgado las aguas la canoa—
la música de magia, oro en sordina,
vals de Cuba feliz, flecos de escalas.
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