Otra vez la ruta calva
sin álamos ni pomares,
el viento ácido golpeando
a mi nuca corno un dios loco
y en flecha rota vencido
el que guardó mi costado.
En la posada esperando
mesa cubierta de escarcha,
un lecho rígido, ajeno
como el rostro de los muertos
y el suelo ajeno, y mis pies
negros de hierbas mojadas.
Yo llevaba en brazo y brazo
un cesto de fruta y flores;
rebosaba de mi pecho
yo era Ceres y Pomona...
Yo llevaba la estación
en mi brazada de frutas
y me borraban la senda
follajes, pomas, racimos.
No tropecé, no vi la nube,
no olí el olor de la Euménide,
no oí su carrera a mi espalda:
en mi nuca no oí su jadeo.
Feliz iba y distraída,
y sin conjuro en la boca,
como el niño, como el niño
que ha de ser hasta la muerte*
La brasa de Dios me tapa la boca,
el meteoro me quema los párpados,
recibí bautismo sobre mi cabeza.
Los que me mataron no lo recibieron.
El viento oscuro sigue a mis espaldas,
corta mi grito y me mata sin muerte.