Gabriela Mistral

A dónde es que tú me llevas

¿A dónde es que tú me llevas
que nunca arribas ni paras?
O es, di, que nunca tendremos
eso que llaman “la casa”
donde yo duerma sin miedo
de viento, rayo y nevadas.
Si tú no quieres entrar
en hogares ni en posadas
¿cuándo es que voy a dormir
sin miedo de las iguanas
y cuándo voy a tener
cosa parecida a casa?
Parece, Mama, que tú
eres la misma venteada...
 
—Si no me quieres seguir
¿por qué no dijiste nada?
Yo te he querido dejar
en potrerada o en casa
y apenas entras por éstas
te devuelves y me alcanzas
y tienes miedo a las gentes
que te dicen bufonadas
y en las ciudades te azoran
los rostros y las campanas.
 
—Es que yo quiero quedarme
contigo y tú nunca paras.
 
Di siquiera a dónde vamos
a llegar. ¿Es en montañas
o es en el mar? Dilo, Mama.
 
—Te voy llevando a lugar
donde al mirarte la cara
no te digan como nombre
lo de “indio pata rajada”,
sino que te den parcela
muy medida y muy contada.
Porque al fin ya va llegando
para la gente que labra
la hora de recibir
con la diestra y con el alma.
Ya camina, ya se acerca,
feliz y llena de gracia.
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