Donde no hay despedida
No hubo palabra que quebrara la quietud,
ni gesto que torciera el cauce del río.
Solo la certeza de un puente invisible,
de un hilo de aire que sigue tendido.
Agradezco el arte de no decir,
la elocuencia de la brisa sin nombre,
ese modo tuyo de estar y no estar,
de dejar abierta la puerta del viento.
No cierra el mar su oleaje antiguo,
ni el cielo traza un último azul.
Todo queda en esa latencia serena,
en el eco dormido de lo que no fue,
en la página en blanco que nunca se borra.
