Señor que lo quisiste:
¿Para qué habré nacido?
¿Quién me necesitaba,
quién me había pedido?
¿Que misión me confiaste?
Y ¿por qué me elegiste,
yo, el inútil, el débil,
el cansado...? El triste.
Yo, que no sé siquiera
que es malo lo qué no es bueno,
y si busco las rosas y me aparto del cieno,
es sólo por instinto. Y no hay mérito alguno
en la obediencia fácil a un instinto oportuno...
Y aún más:
¿Pude hacer siempre todo lo que he intentado?
¿Soy yo mismo siquiera lo que había soñado?...
¿En que ocaso de alma ha disipado el luto?
¿A quién hice feliz tan siquiera un minuto?
¿Qué frente obscura y torva se iluminó deprisa
tan sólo ante el conjuro de mi pobre sonrisa?
¿Evitar a cualquiera pude el menor quebranto?
¿De qué sirvió mi risa; de qué sirvió mi llanto?
Y al fin, cuando me vaya frío, pálido, inerte...
¿Qué dejaré a la Vida? ¿Que llevaré a la Muerte?...
Bien sé que todo tiene su objeto y su motivo:
Que he venido por algo y que para algo vivo.