Al otro lado de la Luna
Porque de nuevo es primavera, a ti.
La tarde caía como una cálida sombra
sobre las hojas verdes y resplandecientes,
campos que terminan su letargo y vuelven a la vida,
el Sol toma su lugar
por encima de los árboles que he visto nacer
y aquellos en los que has jurado también.
Puedo recordar mis tardes de ese verano
con la simpleza del viento en nuestros rostros,
calma veraniega y aromas que nos devuelven a la sierra
que recorrimos antes del anochecer.
La Luna se asoma desde su paralelo,
y deja entre ver nuestras almas
tal como su propia piel.
Mira a esa Luna que se enciende lentamente sobre ti,
esa Luna desde el mismo sitio en el que me has de oír.
Mientras el viento se embravece
y reviste al azulado fondo de tu mismo lado,
lado que deja vacío,
sólo decorado por la blancura de un ser,
y no la blancura de su alma.
Pero siempre hay algo más grande que la propia carne,
semillas de granada puestas en el suelo,
secas y moribundas
como quien pertenece al lado del Sol.
Sol que mira con fervor al horizonte,
ocultándose entre nubes,
cayendo y cayendo hasta no verse más,
mientras que la Luna, desde su lado paralelo,
brilla más y más asciende
y aun en esa oscuridad
el Sol ha de hacerla brillar
y ella ha de ser bella
sobre ese suelo estéril
que pertenece al otro lado,
lado que deja vacío al ser
por la impotencia,
sin querer perder a su ser,
volviéndolo su única esencia.
