Tus manos absolutas y mesiánicas
que anoche me pasaron como un cuento,
ignoran que hasta sirven de alimento
con sus pulpas viriles y volcánicas.
Tus manos tan distintas y oceánicas
que entre panes absurdos aposento,
no saben que su mágico fermento
invita a cenas dulces y satánicas.
Tus manos, que con peces equivoco;
ésas que guardan zumo y son un poco
de sueño casualmente cocinado,
ya quedarán muriéndose conmigo,
pues, si con hambre terca las persigo,
al fin las comeré (¡santo pecado!).