I ¿Recuerdas, Olimpio, aquella
única amistad constante,
que no copió en su semblante
las mudanzas de tu estrella?
¿Aquel amigo, consuelo
que en la miseria ha dejado
a tu corazón llagado
por último bien el cielo?
Testigo de los azares
de la encarnizada lidia
en que te postró la envidia,
que hoy te abruma de pesares;
así te dijo;—y en tanto,
una luz serena y clara
desarrugaba tu cara,
mojando la suya el llanto:
II «¿Eres tú aquel cuya gloria
ensalzaron nobles plumas,
y miraban de reojo
mil envidias taciturnas?
»Acatábante en silencio
las gentes: la infancia ruda
a escucharte se paraba,
como la vejez caduca.
»Eras meteoro ardiente
que en una noche profunda
se lleva tras sí los ojos,
cuando por el cielo cruza.
»Y ahora, arrancada palma,
doblas tu cabeza mustia:
no te da apoyo la tierra,
no das al aire verdura.
»¡Cuántas frentes a la sombra
acostumbraba la tuya!
Y ahora, ¡qué de sonrisas
irónicas te saludan!
»Ajado está el bello lustre
de tu blanca vestidura;
los que galán te adoraron,
andrajoso, te hacen burla.
»La detracción en tu vida
clavó sus garras impuras;
es texto a malignas glosas
tu reputación difunta;
»y como helado cadáver,
desfigurada, insepulta,
sabandijas asquerosas
por todas partes la surcan.
»Revelada por la llama
que a tu memoria circunda,
tu existencia es un terrero
que cuantos pasan insultan;
»y cien silbadoras flechas
vienen a herirla una a una,
que en tu corazón inerme
hondas encarnan la punta.
»Y con festivos aplausos
cuenta el vulgo las agudas
heridas, y los dolores,
y las ansias moribundas;
»como suelen bandoleros,
al ver la presa segura,
contar monedas y joyas
que reciente sangre enturbia.
»El alma, que de lo recto
era un tiempo norma augusta,
es ya como la taberna
que por la noche relumbra;
»a cuya reja se apiñan
curiosos, por si se escucha
el canto de locas orgias,
o de las riñas la bulla.
»Cortaron tus esperanzas,
flor de que nadie se cura,
manos crüeles, y al suelo
las dan en trizas menudas.
»Nadie te llora; tu suerte
ningún corazón enluta;
tu nombre es un epitafio
de desmoronada tumba;
»y el que con dolor fingido
alguna vez lo pronuncia,
es como el que muestra escombros
de arruinada arquitectura,
»que un tiempo adornaron jaspes,
y sustentaron columnas,
y ya malezas la cubren,
y vientos y aguas la injurian.
III »Mas ¿qué digo? En la miseria
más elevado y sublime
te muestras a quien la altura
de tus pensamientos mide.
»Tu existencia, combatiendo
a los contrapuestos diques,
suena como el océano
que asalta los arrecifes.
»Los que observaron de cerca
la lucha, vuelven y dicen
que, inclinándose a la margen,
vieron tremenda Caribdis;
»mas puede ser que la vista,
calando ese abismo horrible,
la perla de la inocencia
en lo más hondo divise.
»Turba los ojos la niebla
de que pareces vestirte;
mas sobre ella un claro cielo
serenas lumbres despide.
»¿Qué importa al cabo que el mundo
contra tu entereza lidie,
alzando nubes de polvo,
que cualquier soplo dirige?
»Para juzgar, ¿qué derecho,
qué título nos asiste?
¿Qué objeto no es un enigma
para los ojos más linces?
»¿La certidumbre?... ¡Insensatos,
que imagináis tierra firme,
la que celajes vistosos
en vuestro discurso fingen!
»Así puede asirla el juicio
del hombre, como es posible
a la mano asir el agua
sin que presta se deslice.
»Moja apenas, y al instante
huye; y al pecho que gime,
y al ardiente labio, nada
deja que la sed mitigue.
»¿Es día? ¿Es noche? Los ojos
nada absoluto distinguen:
toda raíz lleva frutos;
y todo fruto raíces.
»Apariencias nos fascinan,
ya sombras densas contristen
la vista, o ya luminosos
colores la regocijen.
»Un objeto mismo a visos
diferentes llora y ríe:
por un lado, terso lustre;
por el otro, oscuro tizne.
»La nube en que el marinero
ve rota nave irse a pique,
para el colono es un campo
que doradas mieses rinde.
»¿Quién habrá que los misterios
del pecho humano escudriñe?
¿Quién, que las trasformaciones
varias de un alma adivine?
»Larva informe surca el lodo;
y tal vez mañana, libre
mariposa, alas de seda
despliegue, y aromas libe.
IV »Pero tú penas; y ¿cómo
pudo ser que no penaras,
oh víctima sin ventura
de persecución villana?
»¿Tú, a quien la calumnia muerde
lo más sensible del alma?
¿Tú, en quien el sarcasmo agota
sus flechas enherboladas?
»Herido león, huiste
a selva solitaria;
y allí memorias acerbas
te hacen más honda la llaga.
»A ellas entregado vives;
y ¡cuántas veces, ay, te halla
la noche en la actitud misma
en que te halló la mañana!
»¡Dichoso, cuando a la sombra
en que tu pecho descansa,
la sombra, de los que piensan
favorecida morada;
»desde el alba hasta el ocaso,
desde el ocaso hasta el alba,
contemplando las facciones
del valle y de la montaña;
»atento al tapiz musgoso
que las rocas engalana,
al sosiego de los campos,
o al tumulto de las aguas;
»a la lozana verdura
de yerbas jamás holladas,
o a la nieve que los montes
empinados amortaja;
»a la bostezante gruta
de tenebrosa garganta,
y de verde cabellera,
con florecida guirnalda;
»O a la mar, do las antorchas
del mundo su curso acaban,
que como un pecho viviente
respirando sube y baja;
»o siguiendo con los ojos
desde la arenosa playa,
al ligero esquife, alegre
depósito de esperanzas;
»que las velas tiende y huye,
huye, y rompe la delgada
hebra que ata el duro pecho
del marinero a la patria;
»sobre el risco, donde tantos
dispersos rumores vagan;
bajo la espesura umbrosa,
donde ni el silencio calla;
»a los ecos das un eco;
a las confusas palabras
de místicas armonías
vibra tu mente inspirada;
»y concurres al inmenso
coro que todo lo abraza,
lo que remontado vuela,
y lo que humilde se arrastra;
»¡Coro de infinitas voces
que suspende y arrebata,
y en que la naturaleza
a todos los seres habla!
V »Consuélate, que algún día,
y no distante quizás,
el imperio de las almas
a la tuya volverá;
»y ha de verse, ante los ojos
más obcecados, brillar
con nueva luz, de tu frente
la nativa majestad;
»como joyel, a que el polvo
deslustró la tersa faz,
nuevamente acicalado
para fiesta nupcal.
»En vano tus enemigos,
de la sátira mordaz
contra tu pecho inocente
aguzaron el puñal;
»y divulgaron secretos
fiados a la amistad,
como quien derrama el agua
sobre el camino real.
»En vano, en vano su furia
humillada lanzarán
contra tu nombre, a manera
de enhambrecido chacal,
»que, para saciar la rabia
de su apetito voraz,
desgarra la última carne
del hueso roído ya.
»Esos hombres que te ponen
piedras en que tropezar,
y de asechanzas te cercan,
no, no prevalecerán.
»Pasarán, como vislumbres
entre espeso matorral,
que a merced del viento corren,
y no dejan huella atrás.
»Te detestarán, sin duda,
con el rencor infernal
que alimenta contra el cielo
el pecho de Satanás;
»pero las voces de muerte,
que como ardiente raudal
salen de su boca impía,
leve soplo extinguirá.
»Mira entre tanto con ojos
de generosa piedad
a los que de un bajo instinto
arrastra el poder fatal;
»a los que, en densa ignorancia
sumidos, no ven rayar
celeste albor, que ilumine
su mísera ceguedad;
»que llaman luz a la sombra,
y bonanza al huracán,
y andan a tientas, sin rumbo,
sin ley, sin fe, sin altar;
»al soberbio que levanta
contra el débil el procaz
estrépito del torrente,
demolido el valladar;
»a la mujer seductora,
desamorada beldad,
a quien la sonrisa, estudio,
a quien es arte el mirar,
»y en cuyo ropaje, suelto
a los vientos, redes hay,
redes, que prenden las almas
en dura cautividad;
»al ambicioso que trepa
sobre el ambicioso, a par
de la hiedra, que a sí misma
entretejiéndose va;
»a la turba lisonjera
que rinde a cada deidad
efímera el torpe incienso
de su adoración venal;
»y a declamadores vanos,
que hacen rüido y no más;
oráculos que atestiguan
la insensatez general.
»¿Qué son contigo esos hombres
de un día, enjambre fugaz
de insectos que vio la aurora,
y la tarde no verá?
»Ellos son viles, tú grande,
es el interés su imán,
la gloria el tuyo: la guerra
apetecen, tú la paz.
»Nada hay común a la suya,
y a tu carrera inmortal;
ni se puede su alegría
a tu dolor igualar;
»que es sublime y grandioso
espectáculo el que da
la mano dispensadora
que reparte el bien y el mal,
»y alejando al genio el cebo
de lo vano y lo falaz,
lo labra con el arado
que se llama adversidad».
VI ¡Olimpio! un amigo fiel
entonces te hablaba así,
queriendo apartar de ti
la henchida copa de hiel.
Solo entre la turba larga
que antes te halagó perjura,
quiso de la desventura
aligerarte la carga.
Y tú, si en tono más grave,
no de metal diferente,
como el gran río a la fuente,
como al esquife la nave,
Le hablaste;—y cruzó veloz
una sombra tu semblante;
y un tierno afecto un instante
hizo vacilar tu voz:
VII ¡No me consueles, ni te aflijas! Vivo
pacífico y sereno,
que sólo miro al mundo de las almas,
no a ese mundo terreno.
«Ni es tan perverso el hombre: la fortuna,
liberal o mezquina,
tiñe en puro licor o en turbias heces
la copa cristalina.
«Del estrecho teatro, que aprisiona
tu pensamiento, el mío
oye a lo lejos el rumor, y vuela
a su libre albedrío.
«Si murmura la fuente, o solitaria
bulle una verde orilla,
o viene a mis oídos el arrullo
de amante tortolilla;
«O el esquilón de las exequias llora
en la torre sublime,
o de los sauces la colgante rama
sobre las cruces gime;
«Paréceme que huello excelsa cumbre,
a do conduce el viento,
de cuanto ser criado habita el orbe
una voz de lamento.
«Allí la pequeñez a la grandeza,
el barro al oro igualo;
y exploro los arcanos del abismo,
y el firmamento escalo.
«Cuando el humo lejano se levanta
de humilde choza, pienso
que en el ara se exhala, do se quema
a Dios devoto incienso;
«Y de dispersas luces por la noche
sembrada la llanura,
el infinito espacio tachonado
de soles me figura.
«Contemplo allí de lejos cuanto puebla
la tierra, el mar profundo,
y miro al hombre, misterioso mago,
atravesar el mundo.
«Y como suele el pájaro a su pluma,
me entrego al pensamiento;
y entiendo qué es la vida, y lo que dice
aquel doliente acento.
«¿Y quieres que murmure de mi suerte?
¿Cuál es el hombre, dime,
a quien, parcial el cielo, de la carga
universal exime?
«Yo, que lóbrega noche vivo ahora,
en mi denso horizonte
conservo, cual rosada luz, que deja
la tarde en alto monte,
«La llama del honor, divina lumbre,
que, en apacible calma,
todavía ilumina lo más alto,
lo más puro del alma.
«Sin duda un tiempo—¿quérazón temprana
de este modo no yerra?
sueños dorados vi, cuales el hombre
suele ver en la tierra.
«Vi alzarse mi existencia coronada
de visiones hermosas;
mas ¡qué! ¿debí juzgar que fuese eterna
la vida de las rosas?
«Las ilusiones que tocar pensaban
mis infantiles manos,
disipó la razón, como disipa
la aurora espectros vanos.
«Y digo ya a la dicha lo que dice
navegante que deja
el suelo patrio, a la querida orilla
que más y más se aleja.
«Señala Dios a todo ser que nace
su herencia de dolores,
como, a la aurora, un amo a sus obreros
reparte las labores.
«¡Ánimo, pues! ¿Qué importa a un alma grande,
destello peregrino
de antorcha celestial, eso que el hombre
suele llamar destino?
«Ni elación en la frente generosa,
ni aparezca desmayo,
ora brille a los ojos la serena
luz del día, ora el rayo.
«Brame allá abajo la preñada nube
que tempestades mueve,
y su tranquilidad conserve el alma,
cual la cumbre su nieve.
«Forceja en vano el rebelado orgullo
contra la ley severa
(necesidad o expación se llame)
que al universo impera;
«Rueda fatal, que a todo lo criado
en movimiento eterno
girando abruma, y de una mano sola
reconoce el gobierno».