Andrés Bello

A La Virgen De Las Mercedestraducción De Una Sequentia, O Himno Eclesiástico

Saludad, pobres cautivos,
a la Virgen redentora;
alce cánticos festivos
la devota cristiandad;
¡oh, qué hermoso brilla el día
en que el mundo su bandera,
que a los cielos da alegría,
tremoló la caridad!
 
 Oyó el cielo vuestros votos;
cese el mísero gemido;
vuestros hierros serán rotos;
libertados vais a ser.
¡Virgen Madre! tú a la vida,
tú a la fe, que desfallece
de peligros combatida,
te dignaste socorrer.
 
 Llegó a ti la queja triste
del esclavo encadenado,
y apiadándote quisiste
poner fin a su dolor;
coronada de luz bella
de los cielos descendiste,
y la noche vio la huella
del celeste resplandor.
 
 Abrasado en santo celo
se desvela el gran Nolasco;
y postrado ruega al cielo
por la opresa humanidad,
cuando ve tu faz serena,
y tu dulce voz le envía
al que yace en vil cadena
para darle libertad.
 
 Orden nueva, en honra tuya
y de tu Hijo soberano,
le has mandado que instituya,
y le ofreces ayudar;
orden santa que socorra
al cautivo, y le conforte
en la lóbrega mazmorra,
y le vuelva al patrio hogar.
 
 Virgen Santa, tú proclamas
la embajada bienhechora;
en las almas tú derramas
de piedad heroico ardor;
a tus hijos se encomienda
afanar por el cautivo,
y aun dejar la vida en prenda
a su bárbaro señor.
 
 Siempre pía, enjuga el llanto
del que gime en cárcel dura;
dale alivio en su quebranto;
fortalece en él la fe;
mueve el pecho compasivo
de la grey cristiana toda,
y los medios, al cautivo,
de romper sus grillos dé.
 
 En la orden que fundaste,
alimenta la encendida
caridad con que abrasaste
de Nolasco el corazón;
y en el lance pavoroso
de la hora postrimera,
danos ver tu rostro hermoso,
prenda fiel de salvación.
 
 Saludad, pobres cautivos,
a la Virgen redentora;
alce cánticos festivos
la devota cristiandad;
¡oh, qué hermoso brilla el día
en que el mundo su bandera,
que a los cielos da alegría,
tremoló la caridad!
 
 Oyó el cielo vuestros votos;
cese el mísero gemido;
vuestros hierros serán rotos;
libertados vais a ser.
¡Virgen Madre! tú a la vida,
tú a la fe, que desfallece
de peligros combatida,
te dignaste socorrer.
 
 Llegó a ti la queja triste
del esclavo encadenado,
y apiadándote quisiste
poner fin a su dolor;
coronada de luz bella
de los cielos descendiste,
y la noche vio la huella
del celeste resplandor.

Poesías. Chile (1829-1865)

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